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Preludio/I. Allegro

agosto 17, 2009

Aún no recuerdo su nombre.

«¿Segura que no nos habíamos visto antes?», le pregunté por cuarta vez. «Hmm… La verdad, no del todo ya», dijo. Esa tarde de martes no podía evitar interrumpirla o interrumpirme en medio de una charla inverosímilmente fluida para preguntarle lo mismo una y otra vez. Sí, todo indicaba que era la primera vez que nos veíamos, que en efecto Juan y Natalia acababan de presentarnos, pero la familiaridad era imposible de ignorar.

Cuando por fin abandonamos los cuatro ese café nuevo cerca a la universidad, decidí acompañarla a su casa, en parte porque sabía que allá iba a ser más fácil conseguir transporte a la mía a esa hora. En la puerta de su casa revisé el reloj un poco furtivamente, y comprobé que debía irme o pagar taxi. En ese abrazo largo de despedida respiré profundamente. Empecé a entrar en pánico.

Ya en casa, mientras terminaba de escribir el texto que debía entregar el día siguiente, recibí un correo en el que me pedía que nos volviéramos a ver pronto. La añadí a Gtalk. Su cuenta estaba registrada con un pseudónimo que esa tarde me había explicado. Quedamos en vernos el miércoles, después de clase. Tomaríamos un café y compartiríamos bus, ya que la ruta a su casa también me servía para ir al ensayo con la banda. Volví a  entrar en pánico cuando la abracé para despedirme esa tarde.

Un comentario

  1. Intenso, si que si.



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